El mundo cambia. La colaboración se abre camino como nuevo paradigma de convivencia, de desarrollo, de construcción (de lo Real). Aunque vaya despacio -porque vamos lejos-. Las formas convencionales de aprendizaje se revisan cada minuto en alguna plataforma digitalizada de cualquier parte del planeta. Demasiado gurú, quizás… Toda metodología está bajo sospecha. Vivir con el otro, no contra todos. Alimentar los comunes. Aprender juntas. Las sinergias y todo el rollo cooperativo. Aceptar la diferencia. Hospitalidad. Cuestionar la autor-idad. El sí se puede. Las cosas cambian.

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Estos últimos meses hemos podido acompañar parte del proceso de desarrollo del proyecto de autoconstrucción La Escuela Crece, un intento desesperado de la dirección de la Escuela Superior de Diseño de Madrid (ESDM) por dotarse de las infraestructuras mínimas que les permitan desarrollar su labor de formación en las cuatro especialidades que actualmente se imparten allí: Diseño Gráfico, Diseño de Interiores, Diseño de Moda y Diseño de Producto. Estos cuatro grados, antes agrupados en una única titulación y con consideración académica menor, pasan, por iniciativa política, a constituirse en grados de especialización. En 2010 son ubicados en cuatro espacios diferentes, hasta que, en el 2012, se agrupan en la sede de Vinateros (Moratalaz) de la ESDM, un espacio excesivamente reducido tanto para el volumen de alumnos que pueblan sus aulas, como para las necesidades técnicas que requiere este tipo de formación. Tiempos de crisis, con su consabida triste historieta de los recortes a eso que llamaban nuestros ancestros europeos el Estado del Bienestar, desemboca en una suerte de principio de hacinamiento que hace peligrar la calidad del proyecto docente. Nada que hacer, no hay pasta.

Recetas Urbanas, el mítico estudio de arquitectura fundado por Santiago Cirugeda, quizás uno de los más potentes actores en el frondoso ecosistema de la autoconstrucción actual en el Estado Español, propone la solución: que los alumnos levanten su propia escuela. Nace La Escuela Crece, un proyecto que se marca como objetivo la construcción de dos aulas en el jardín, a partir de materiales de obra reutilizados, con la participación del alumnado como motor y fuerza de trabajo. Es un viaje contra “los malos tiempos”, pero también contra el pretexto de “los malos tiempos” que legitima el abandono de las instituciones, y su orden de prioridades mancillada por el lamentable goteo de fondos públicos hacia instituciones financieras irresponsables. Es un viaje hacia el “hacerse cargo de sí”, hacia el no desistir, porque “aquí estamos, existimos”.

Como en cada taller y en cada proceso que RU viene tejiendo en los últimos 15 años, muchas manos, pies y, sobre todo, cerebros, se van a sumar en calidad de colaboradoras a esta particular singladura. Gentes procedentes de más de 20 países comparten espacio, ideas y herramientas en un proceso que se alarga por más de 2 años, realizando más de 30 talleres. Un periodo quizás excesivo porque, como nos comenta el propio Santi, el riesgo de desgaste en proyectos tan largos es muy alto. Aquí hay que gestionar materiales, herramientas, energías y … afectos. Una movida.

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Sin embargo, hay final feliz. No se sabe si por la visibilidad que alcanza el proyecto, llegando a participar en la Bienal de Venecia, si por la fuerza titánica que se forma con la perseverancia obstinada de una colectividad humana empujando en la misma dirección, la ESDM consigue su objetivo: una nueva sede con el espacio que requiere un proyecto de estas características. Al final, el objeto arquitectónico, como varias de las involucradas nos comentan, no era un fin en sí mismo; el objetivo real era resolver una situación, cuestionar y desplazar los límites que habían marcado las administraciones con su política de ahorro y recortes sobre lo público, servir de palanca de cambio de las políticas públicas.

Con RU descubrimos la complejidad organizativa de un proceso de este calibre, que involucra gestión de materiales de obra, coordinación de colaboradoras de implicación directa en el proyecto, y personas interesadas en participar pero sin relación directa con la comunidad que impulsa el proyecto, ritmos de trabajo, gestión de conocimientos que cada persona puede aportar o espera recibir, programación de tareas, visibilidad, comunicación con todas las implicadas.

Juntas pensamos una herramienta que permitiese optimizar energías, coordinarse, organizarse; nos inventamos una plataforma para la gestión de proyectos de autoconstrucción.

Le llamamos A.J.O.

La estamos desarrollando y será open source.

Os va a encantar.

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