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En “La próxima Edad Media”, contaba José David Sacristán de Lama(¹):

Decía un experto de la IPPC que, en el inicio de sus estudios, un anciano científico japonés les advirtió:

“Bien, hemos constatado que existe un problema de emisiones, pero no lo podemos resolver. Puesto que el CO2 lo producen las máquinas, tendremos que llamar a los ingenieros. Estos dirán que existe la tecnología necesaria para solucionar el problema, pero que cuesta dinero, así que hay que llamar a los economistas. Los economistas harán sus cálculos y dirán que, para conseguirlo, se debe cambiar nuestro actual modelo social basado en el derroche, así que se llamará a los sociólogos. Estos, a su vez, dirán que es un problema de escala de valores que ellos no pueden resolver, así que acudirán a los filósofos para que nos digan en qué valores deberíamos poner nuestro empeño e interés. […] Así que ya tenemos a los pobres filósofos cargando la responsabilidad de parar el cambio climático. Pero, ay, los filósofos, tras una cortina de sesuda verborrea, también se rascan la cabeza…”

¿Y si en lugar de pasarnos el marrón los unos a otros, nos organizamos, empezamos por entender y analizar el ciclo de vida de los sistemas productivos con todas sus implicaciones y hacemos algo por mejorarlos?

(¹) Y nos lo recuerda Jorge Riechmann en el recientemente publicado “Autoconstrucción. La transformación cultural que necesitamos”. Ed. Los Libros de la Catarata. Madrid, 2015.

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